San Sebastian, 1 de Febrero de 1916 - Irun, 10 de Septiembre de 2001
Su madre, María era la única hija de un industrial francés, Jean Baptiste Amiel, afincado en Gipuzkoa y de una donostiarra, Petra Mª Arizmendi.
Su padre, Javier Arizmendi era un conocido abogado de San Sebastián.
Su padre, Javier Arizmendi era un conocido abogado de San Sebastián.
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A los 3 años |
Fue la quinta de los siete hijos, todos los demás varones, que tuvieron.
Los dos primeros murieron, uno al nacer y otro con menos de dos meses.
Los dos primeros murieron, uno al nacer y otro con menos de dos meses.
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Con sus hermanos Luis Jesús y Fernando |
Tuvo cualidades poco corrientes, sobre todo por darse simultáneamente en una misma persona: una gran capacidad intelectual y de trabajo, enorme fuerza de voluntad, memoria extraordinaria, gran sentido del ritmo, flexibilidad física, resistencia y agilidad poco comunes, gran creatividad, sensibilidad, imaginación.... Y además belleza y magnetismo.
Todas ellas las utilizó fructíferamente a lo largo de su vida para realizar su obra.
Era verano en San Sebastián. En la terraza del Gran Casino María Amiel tomaba el te con algunas otras damas mientras sus hijos disfrutaban de una de las fiestas infantiles que se celebraban los jueves.
Alguien llega casi corriendo y le dice: María, rápido, ven a ver lo que está haciendo tu hija.
María y varias de sus amigas se levantan y entran en el Gran Salón. Y, ante su asombro, ven a la pequeña Mª Elena que, con sólo 6 años, se había presentado, por su cuenta e individualmente, al concurso de Charleston y estaba bailando, con tal ritmo, gracia y conocimiento del baile (que nadie le había enseñado), que ¡se hizo con el primer puesto del concurso frente a jovencitos bastante mayores que ella!
Esto al parecer fué el pistoletazo de salida, su fama como bailarina comenzaba...
Así fueron pasando sus primeros años.
El ser la única chica tenía sus ventajas; su hermano mayor, buen deportista, se convirtió en su mentor y potenció sus ya grandes capacidades físicas enseñándole diversas técnicas deportivas, cosa que no era algo habitual para las jovencitas de su época, a correr y, sobre todo, a nadar. En cuanto comenzaba la temporada de playa, todos los días Mª Elena se zambullía y recorría, casi siempre sin detenerse, la distancia de ida y vuelta a la isla de Santa Clara. Esto, por cierto, continuó haciéndolo durante toda su vida cuando pasaba los veranos en su ciudad natal.
Pero también tenía sus inconvenientes...
Su padre temiendo que, tanto su madre como sus hermanos, la contemplaran demasiado y eso pudiera ser negativo para su caracter, decidió que lo mejor era enviarla a un internado donde tan sólo fuera una más.
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En una representación teatral en el colegio |
Y así durante unos cuantos años pasó los cursos en el colegio Jesús-María de Azpeitia donde, según ella contaba, se moría de tristeza entre las húmedas montañas, escuchando el ulular de los buhos.
Sin embargo no todo era triste en el colegio.
Le gustaba estudiar y tenía capacidad. Puede parecer sorprendente en una joven de su época, pero deseaba completar la formación, obtener el bachillerato y realizar estudios universitarios.
No era ese su destino.
Tenía 15 años cuando su padre falleció repentínamente, en medio de un alegato, en la audiencia de Pamplona.
Fue una tremenda conmoción familiar, no sólo por el dolor y lo súbito de la pérdida, sino también por las repercusiones económicas.
La consecuencia inmediata fue que, teniendo dos hermanos mayores ya en la universidad y dos menores todavía en el colegio, no era cuestión de sacrificar el futuro de los chicos y la economía más lógica era que la chica dejara unos estudios que, en aquella época, eran considerados un lujo innecesario.
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Larreandi |
Otra consecuencia fue que, con el fin de asegurarse unos ingresos alquilándola (ya entonces se cotizaban muy alto los pisos para temporada de verano en San Sebastian), la famila familia se trasladara de su vivienda donostiarra a Irun, a Larreandi, un hermoso caserío antiguo, con gran extensión de terreno que su padre, aunque urbanita gran enamorado del campo, había comprado hacía pocos años y había comenzado a convertir en una auténtica reserva de espléndidos frutales, con la intención de ayudar a conservar y recuperar especies, principalmente de manzanos, que se estaban deteriorando y perdiendo en la región debido, sobre todo, al afán de los jóvenes por entrar a trabajar en las importantes industrias que se estaban multiplicando por todo el territorio.
Así comenzó la relación de Mª Elena con Irún, allí pasaba la familia gran parte del año y allí, mejor dicho, en la cercana playa de Hendaya, lugar favorito de los iruneses, conoció a quien más tarde sería su marido, el joven arquitecto José Mª Iribarren.
Mientras tanto, aquella fama como bailarina que iba en aumento desde su infancia, llegaba a su cénit.
Por aquel tiempo se celebraban numerosos festivales benéficos, era una costumbre debida a la menor cobertura social existente, que hacía muy necesario captar ingresos de forma alternativa.
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En Katiuska de Pablo Sorozábal |
Esos festivales eran actos sociales, evidentemente, pues se trataba de conseguir dinero de que quienes más tenían, pero también eran inmensamente populares, pues se organizaban con la mejor calidad, tanto que incluso muchas veces consistían en el estreno de la obra de algún importante artista.
Cuando se trataba de algún festival total o parcialmente de danza, se solicitaba siempre la actuación de Mª Elena como primera bailarina.
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Con el Orfeón Donostiarra y los interpretes |
Así, con 17 años, fue la intérprete de la danza ucraniana en el estreno en San Sebastián de Katiuska, una de las más famosas obras de Pablo Sorozábal. Esta danza es de tal ritmo y tan difícil de interpretar que, posteriormente, se suele suprimir en las representaciones.


Sus actuaciones se multiplicaban.
Su fama se extendía...
El modista Cristóbal Balenciaga, que había abierto su casa en San Sebastián con gran éxito, le hizo varios vestidos para sus actuaciones solicitando, como único pago, que figurara en los programas su nombre como autor de los modelos con los que bailaba la srta. Arizmendi..... Estos fueron los primeros vestidos que realizó para escena.
Así comenzó una amistad que mantendrían a lo largo de toda la vida.

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El vestido, de Balenciaga, puede verse hoy día en el museo dedicado al modista en Guetaria.
Esta actuación fue solicitada en varias ocasiones, tanto en San Sebastián como en Bilbao.
Los magníficos apuntes de A. Azcona reflejan distintos momentos de su danza.

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Tan inspiradas interpretaciones,
con un estilo libre que recordaba en cierto modo el de Isadora Duncan, fallecida algunos años antes, llamaron la atención de un importante empresario francés que quiso convencerla para que se trasladara a París, seguro de que en poco tiempo sería famosa en el mundo entero.
Pero Mª Elena tenía para entonces demasiadas cosas que la ataban a su tierra.... y no unicamente su madre, de la que desde que su padre murió siempre se ocupó y a la que no quería dejar sola, que no podría ir con ella porque tenía dos hijos aún muy jóvenes de los que debía de estar pendiente.
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J.M. Iribarren |
También para entonces su corazón comenzaba a sentirse ligado al insistente José Mº Iribarren que, desde el momento en que la conoció tres años antes, era su más rendido enamorado y no cejaba en su esperanza de que finalmente ella le correspondiera.
La verdad es que los enamorados admiradores que pretendían a Mº Elena eran muchos y la tarea de conquistarla nada fácil. Pero Pepe (así le llamaban y le siguieron llamando siempre sus amigos) era un romántico y no de los que se rinden.
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Pintura de José MªIribarren |
Siempre que podía, algo no tan sencillo en aquella época, porque la familia Iribarren pasaba los inviernos en Madrid y allí estaba él realizando sus primeros trabajos de arquitecto, acudía a presenciar sus actuaciones y, por cierto, era un buen fotógrafo aficionado y las suyas resultaban ser las mejores fotografías de esos momentos. También sus ramos de flores destacaban entre los que solían inundar su camerino...
Incluso plasmó su imágen en una romántica pintura inspirada en una leyenda de Becquer.
Tanta constancia dio sus frutos y finalmente, ella lo aceptó como novio formal, el primer y único novio que tuvo.
La vida se abría ante ella llena de éxitos y felicidad.
Interludio dramático:
Y, de pronto... la guerra.
Era verano y la familia, salvo el hermano mayor Luis Jesús recién licenciado en arquitectura, se encontraba como todos los años en Irún, en Larreandi.
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Monte San Marcial |
Llegó el 18 de Julio y, con él, el levantamiento militar y la división de España en dos.
Todo el norte se mantuvo en esos primeros momentos del lado de la República.
Al poco, los bajos de la casa fueron ocupados por un grupo de milicianos recién llegados de Asturias. Eso causó gran inquietud a madre e hija, pero los ocupantes eran disciplinados y tenían orden de respetar a las mujeres.
Muy pronto comenzó la batalla por Irún, un importante punto estratégico dada su situación fronteriza.
Los republicanos, desde el alto en que se encontraba el colegio del Pilar y los entonces llamados nacionales, ascendiendo para tomar San Marcial y así dominar tácticamente la ciudad, se bombardeaban mutuamente.
La situación de Larreandi, al pie del alto del Pilar, no podía ser más peligrosa. Tras la caída en terrenos de la finca de un par de proyectiles, María optó por buscar un lugar más seguro y, con pena y preocupación, se refugiaron en casa de amigos en la Avenida de Francia, que era todavía una zona relativamente a salvo.
Antes de marcharse María Elena se ocupó de dejar sueltos a los perros guardianes, para que ellos también pudieran escapar al peligro y de esconder, enterrándolos en distintos lugares, los objetos de algún valor que poseía su madre.
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Iruneses llegando a Hendaya |
No fue un acuerdo unánime, hubo una fuerte oposición, sobre todo por parte de las autoridades municipales del PNV y de los batallones vascos.
Y así, finalmente, el Ayuntamiento convocó a personarse en la plaza de San Juan, frente al Ayuntamiento, a representantes de todas las familias. Mª Elena y Fernando, el segundo de sus hermanos, acudieron, llenos de temor, como todos los demás. Se les comunicó a todos los habitantes que debían obligatoria y rápidamente abandonar Irún cruzando la frontera hacia Hendaya, para lo que se les proveyó de los pases pertinentes. La ciudad tenía que vaciarse.
Los hermanos volvieron a comunicar la orden a su madre y los dos menores. Rápidamente recogieron lo poco que podían llevar consigo. Mª Elena, previendo requisas en los puestos fronterizos, cosió dentro del forro de una bolsa las pocas joyas y dinero que su madre y ella aún tenían, recurso necesario para poder subsistir de momento.
El cruce de la frontera fue angustioso. Los milicianos retenían a todo el que estuviera en edad de combatir y no dejaban pasar a Fernando ni a Javier al que, aunque todavía demasiado joven, su estatura hacía parecer mayor.
- No te precupes mamita, dijo Fernando como despedida, que yo te lo traeré sano y salvo.
Esa noche, desde la habitación que habían alquilado en Hendaya, vieron el cielo completamente teñido de rojo...
Irún ardía.
Un par de días después, madre e hija vieron a dos jóvenes desastrados ascendiendo por el camino que conducía a las casa.... Fernando había cumplido su promesa, aprovechando la confusión tras el incendio, cuando muchos milicianos republicanos se lanzaban al río para conseguir huir de las tropas que entraban ahora en Irún y les pisaban los talones, empujó a su hermano a imitarles y, cruzando a nado el Bidasoa, llegaron a Hendaya.
Llegó un tiempo de relativa calma. Los combates se alejaban.
En cuanto les fue permitido los iruneses regresaron, encontrando un tremendo panorama de ruina y desolación.
La próspera ciudad fronteriza había casi desaparecido.
Pero Larreandi, milagrosamente, seguía en pie.
Durante los tres años que siguieron Mª Elena vivió, como tantas mujeres en el país, las penurias de los tiempos de guerra aunque, todo hay que decirlo, el estar en una ciudad de frontera hacía que no hubiera tanta escasez como en otros lugares (¡los contrabandistas hacían horas extras!) y el vivir en el campo también era una ventaja para conseguir alimentos; vivió las angustias de tener a sus hermanos diseminados por distintos frentes, sin apenas noticias; la tristeza por la muerte de uno de ellos; la alegría de reencontrarse con su novio, que además pudo permanecer cerca de ella, pues fue nombrado provisionalmente arquitecto municipal de Irún con el encargo, nada fácil y muchas veces arriesgado, de dirigir el derribo de los edificios en ruinas (a veces calles enteras) para evitar peligros a los ciudadanos y, poco a poco, poder reconstruir la ciudad.
Y así, finalmente, el Ayuntamiento convocó a personarse en la plaza de San Juan, frente al Ayuntamiento, a representantes de todas las familias. Mª Elena y Fernando, el segundo de sus hermanos, acudieron, llenos de temor, como todos los demás. Se les comunicó a todos los habitantes que debían obligatoria y rápidamente abandonar Irún cruzando la frontera hacia Hendaya, para lo que se les proveyó de los pases pertinentes. La ciudad tenía que vaciarse.
Los hermanos volvieron a comunicar la orden a su madre y los dos menores. Rápidamente recogieron lo poco que podían llevar consigo. Mª Elena, previendo requisas en los puestos fronterizos, cosió dentro del forro de una bolsa las pocas joyas y dinero que su madre y ella aún tenían, recurso necesario para poder subsistir de momento.
El cruce de la frontera fue angustioso. Los milicianos retenían a todo el que estuviera en edad de combatir y no dejaban pasar a Fernando ni a Javier al que, aunque todavía demasiado joven, su estatura hacía parecer mayor.
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Al día siguente continuaba ardiendo Irún de punta a punta |
Esa noche, desde la habitación que habían alquilado en Hendaya, vieron el cielo completamente teñido de rojo...
Irún ardía.
Un par de días después, madre e hija vieron a dos jóvenes desastrados ascendiendo por el camino que conducía a las casa.... Fernando había cumplido su promesa, aprovechando la confusión tras el incendio, cuando muchos milicianos republicanos se lanzaban al río para conseguir huir de las tropas que entraban ahora en Irún y les pisaban los talones, empujó a su hermano a imitarles y, cruzando a nado el Bidasoa, llegaron a Hendaya.
Llegó un tiempo de relativa calma. Los combates se alejaban.
Irún destruído |
En cuanto les fue permitido los iruneses regresaron, encontrando un tremendo panorama de ruina y desolación.
La próspera ciudad fronteriza había casi desaparecido.
Pero Larreandi, milagrosamente, seguía en pie.
Durante los tres años que siguieron Mª Elena vivió, como tantas mujeres en el país, las penurias de los tiempos de guerra aunque, todo hay que decirlo, el estar en una ciudad de frontera hacía que no hubiera tanta escasez como en otros lugares (¡los contrabandistas hacían horas extras!) y el vivir en el campo también era una ventaja para conseguir alimentos; vivió las angustias de tener a sus hermanos diseminados por distintos frentes, sin apenas noticias; la tristeza por la muerte de uno de ellos; la alegría de reencontrarse con su novio, que además pudo permanecer cerca de ella, pues fue nombrado provisionalmente arquitecto municipal de Irún con el encargo, nada fácil y muchas veces arriesgado, de dirigir el derribo de los edificios en ruinas (a veces calles enteras) para evitar peligros a los ciudadanos y, poco a poco, poder reconstruir la ciudad.
Y aún más, su destino, siempre poco común, le deparó entonces una insólita amistad....
Por graves circunstancias familiares fue necesario que realizara un corto viaje a París. Afortunadamente el vivir en Irún hacía algo más fácil el poder conseguir un pase de frontera.
Era la primera vez que viajaba sola ¡y encima al extranjero! En aquella época no estaba bien visto que una joven se alojara sola en un hotel, así que buscó habitación en una residencia que regentaban las monjas de la Asunción.
Su sorpresa fue enorme cuando, al poco de instalarse, llamaron a su puerta y aún fue mayor al encontrar a una dama vestida de negro que, muy ceremoniosamente, le transmitió, de parte de ¡su Alteza Real la infanta Eulalia de Borbón! una invitación para tomar el te en sus aposentos esa misma tarde, ya que "su Alteza estaba ansiosa por conocer a alguien que llegaba de España y así enterarse de primera mano de cómo estaban las cosas en su país ".
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S.A.R. La Infanta Eulalia, unos años antes |
Así, durante los pocos días que duró su estancia, todas las tardes se solicitó su presencia para el tomar el té en los apartamentos de la Infanta, pudo apreciar de primera mano su ingenio, franqueza y espíritu libre, tan ajenos al comedimiento, no exento de hipocresía, cortesano y pudo entender por qué había sido tan temida...
Segunda fase, familia:
Poco después de terminada la guerra, en Julio de 1939, Mª Elena y José Mª se casaron en la parroquia (aun no catedral) del Buen Pastor de San Sebastián.
Tras el viaje de novios a Mallorca, se instalaron en Irún, en la casona de Larreandi, Mª Elena no quería dejar sóla a su madre que ya siempre permanecería con ella.
Los años que siguieron fueron años de ilusión y también de inquietudes, no era raro que despertaran a su marido en medio de una noche tormentosa para que acudiera a dirigir el derribo de alguna de las muchas ruinas que todavía quedaban en la ciudad y que, con el viento reinante, presentaban un peligro de inminente derrumbe incontrolado.
También su campo de intereses intelectuales y artísticos se amplió. Pepe la introdujo en las tertulias que, alrededor de Pío Baroja, se celebraban en Itxea, la casa del escritor en Vera del Bidasoa. Este primer contacto con el mundo literario estimuló sus propias capacidades y pronto haría sus primeros pinitos, enzarzándose en una discusión epistolar periodística en el semanario El Bidasoa, durante unas cuantas semanas que, como firmaba bajo el seudónimo de Violeta, tuvo intrigado a todo Irún: ¿quien sería esa Violeta que estaba captando el interés de todos con su ingenio literario?
Segunda fase, familia:
Poco después de terminada la guerra, en Julio de 1939, Mª Elena y José Mª se casaron en la parroquia (aun no catedral) del Buen Pastor de San Sebastián.
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Su traje de novia fue obra ¡como no! de Balenciaga |
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En la bahía de Formentor |
Tras el viaje de novios a Mallorca, se instalaron en Irún, en la casona de Larreandi, Mª Elena no quería dejar sóla a su madre que ya siempre permanecería con ella.
Los años que siguieron fueron años de ilusión y también de inquietudes, no era raro que despertaran a su marido en medio de una noche tormentosa para que acudiera a dirigir el derribo de alguna de las muchas ruinas que todavía quedaban en la ciudad y que, con el viento reinante, presentaban un peligro de inminente derrumbe incontrolado.
También su campo de intereses intelectuales y artísticos se amplió. Pepe la introdujo en las tertulias que, alrededor de Pío Baroja, se celebraban en Itxea, la casa del escritor en Vera del Bidasoa. Este primer contacto con el mundo literario estimuló sus propias capacidades y pronto haría sus primeros pinitos, enzarzándose en una discusión epistolar periodística en el semanario El Bidasoa, durante unas cuantas semanas que, como firmaba bajo el seudónimo de Violeta, tuvo intrigado a todo Irún: ¿quien sería esa Violeta que estaba captando el interés de todos con su ingenio literario?
En 1940 sucedió algo sorprendente. Su marido, como arquitecto municipal de Irún, recibió la orden de acondicionar adecuadamente una villa en la entonces llamada Avenida del Generalísimo (hoy Avenida de Gipuzkoa) para ¡nada menos que la Infanta Eulalia! que había elegido Irún como punto de residencia en su regreso a España. Pese a tener la propiedad de un hermoso palacete familiar en San Lucar de Barrameda, ella quería terminar sus días en un lugar lo más cercano posible a su amada Francia.
Cual no sería la sorpresa de la Infanta cuando, al llegar a su nueva residencia, se enteró de que ese amable arquitecto que había preparado tan cuidadosamente su vivienda, estaba casado con la jovencita que hacía unos pocos años había conocido y apreciado en París.
Así, esa curiosa amistad se reanudó y la Infanta fue visitante asidua de Larreandi, donde el matrimonio se había instalado ya que Mª Elena no quería dejar sola a su madre.
En 1942 tuvo su primer hijo, una niña a la que llamaron también Mª Elena
y dos años después el segundo, José Carlos.
Más vale ahora que diga que yo soy esa niña. Así que los detalles que cuento son los que he sabido de primera mano porque me los contaron tanto mi madre como mi abuela o mi padre y porque a partir de cierta edad se añaden mis propios recuerdos.
Continuará
Blog en proceso de construcción.